jueves, 20 de octubre de 2016

Un corto de Pixar no apto para niñ@s.

Dos animadores de Pixar, Andrew Coats y Lou Hamou-L-hadj; son los creadores de un 'inusual' pero estremecedor corto, que en las últimas horas ya ha causado polémica debido a su trama.

Después de cinco años de trabajo, los creadores han hecho que en sólo 6 minutos, este corto tenga la capacidad de conmover a los espectadores debido al tema central que aborda: la redención.

Borrowed time (Tiempo prestado, en español), logra sorprender y conmover a la mayoría del público, generando tristeza y haciéndolo reflexionar sobre el perdón y el dolor. Debido a esto, es difícil pensar que un(a) niñ@ pueda asimilarlo.

La historia gira entorno a un sheriff que no ha logrado superar su pasado. La trama inicia cuando el sheriff echa la vista hacia atrás y recuerda un terrible accidente hace algunos años con su padre y que tuvo lugar en ese mismo sitio (en el que se encuentra parado), y el cual termina de una forma trágica que le causa mucho daño y dolor.

Perdido en el recuerdo e incapaz de perdonarse por los acontecimientos que vivió aquel día, el 'pobre' sheriff transmite su tristeza y desesperanza que lleva impregnada en la mirada durante toda la cinta.

Lou Hamou-Lhadj explica: "Queríamos trabajar en algo más adulto, pero nos costó encontrar aquello con lo que nos sintiéramos cómodos. Finalmente, encontramos interesante tratar el tema del perdón, de afrontar y encarar errores del pasado."

Al final del corto, se muestra una pequeña brizna de esperanza, aunque cueste verla.

Puedes verlo aquí: https://www.youtube.com/watch?v=OtvDFdtkbW0



miércoles, 19 de octubre de 2016

Efecto.

Eres ese efecto que confunde mis sentidos,
tan real porque lo siento y tan perverso que lo niego,
tan lejano es que lo veo y tan sutil porque es perfecto.
Eres un Salar en mi alma apareciendo,
como espejo al infinito que me envuelve
con sus capas de cristal enmudeciendo.
Por aventurarme en ti ya me he perdido,
y cuanto más nublado está mi cielo,
más es tu horizonte difuminado eterno.
Eres mi efecto White-out que no comprendo,
donde no distingo si vuelo en la tierra
o camino por los cielos,
donde mis pasos ya no son seguros,
y donde existe una magia que, no entiendo...

Poema de una serviora @Mar El AlMa -Psicóloga-



viernes, 7 de octubre de 2016

Ola De Payasos

Como ya sabrás, en algunas ciudades de la República Mexicana, como son Tijuana, Monterrey, San Luis Potosí, Guadalajara, entre otros, se han dejado ver algunos payasos 'terroríficos', los cuales han alarmado ya a la población.

El terror de E.E.U.U. ha llegado a México, informan algunas redes sociales, ya sea como una moda o como una forma de hacer bromas a la ciudadanía, las autoridades recomiendan tomar precauciones.

Desafortunadamente estos payasos han aparecido para delinquir, aseguran algunos medios. Sea cual fuera la intención de éstos personajes, ¿tú cómo reaccionarías si te toparas con uno?

Como dato curioso, te dejo 6 casos reales de payasos.

1. John Wayne Gacy.

Comencemos con la historia del payaso que dejó marcada a la sociedad y que inspiró muchísimas adaptaciones cinematográficas y libros, como It (ESO) de Stephen King.

John Wayne Gacy, creció en una familia disfuncional, donde sufría violencia psicológica y física por parte de su padre. Además, un hombre cercano a la familia lo violó a la edad de 6 años. Una vez adulto encontró trabajo estable y una esposa con la que formó una familia. Pero desde entonces tuvo problemas por sus tendencias sexuales.

Conocido como “El Payaso Pogo”, fue culpable del asesinato de alrededor de 33 jóvenes y niños, siendo el primero Timothy McCoy, a quien asesinó y escondió en el sótano de su hogar.
Fue sentenciado a la pena de muerte. Tras varios años de juicios, en 1994 se le ejecutó con inyección letal.

2. El fenómeno de los payasos maléficos.

Fue durante el 2014 cuando una ola de payasos armados que deambulaban por las calles francesas se dio, generando una especie de psicosis.

Según informes de Libertad Digital Europa, el 10 de octubre, un adolescente disfrazado de payaso y con un cuchillo de plástico se paseó por las calles del centro de Francia, para "gastar una broma". Sin embargo, lo que comenzó como un juego terminó por extenderse a otras localidades en forma de agresión y amenazas. Otro joven fue condenado a seis meses de cárcel por sumarse a esta macabra moda en Douvrin, mientras que en Agde 14 adolescentes disfrazados fueron detenidos por pasearse armados. En Montpellier, un hombre fue golpeado hasta 30 veces con una barra de hierro por un payaso y otras dos personas que querían atracarle.

A la presencia de payasos en la vía pública se sumaron los grupos ciudadanos contrarios a esta moda y que salían con bates o cuchillos.

Las causas nunca fueron conocidas, pero se atribuye a la cercanía de Halloween y la influencia de series como American Horror Story, además de la serie de vídeos cómicos de DM Pranks, en los que un humorista disfrazado asusta a viandantes.

3. Payasos ladrones en Reino Unido

Parece que Francia no ha sido el único país que sufre por payasos en sus calles, pues Reino Unido también se unió a la moda.

Información publicada por el portal Indicios Agencia de Detectives menciona que en el Reino Unido han aparecido personas disfrazadas de payaso por ciertas ciudades como Machester, Rochdale o Stockport; en las cuales estos individuos, habrían asustado a parte de sus habitantes.

En una de estas ocasiones, un hombre vestido de payaso robó una bicicleta a un hombre, amenazándole con un cuchillo. En otra ciudad, varios payasos molestaron a un grupo de niños de un colegio y les persiguieron por las calles adyacentes. Otro individuo, ejecutó varios robos en domicilios.

Los detectives pensaron que se trataba solamente de una moda juvenil y que muchos delincuentes lo aprovecharon para realizar sus actos delictivos.

4. Los payasos asaltantes

Comencemos con temas un poco más nacionales. En el primer semestre del 2014, la policía bancaria del Distrito Federal logró capturar a Alberto Miguel Delfino y Erick Cruz Ángeles, de 24 y 29 años, respectivamente, quienes tenían en su poder ocho bolsas de plástico con monedas de 10 pesos; 11 bolsas con monedas de cinco y una más con monedas de diversas denominaciones, que sumaban un total de 20 mil pesos, así como dos teléfonos móviles con un valor estimado en cinco mil pesos y un cuchillo tipo militar de 15 centímetros de hoja.

Según información de Puebla Online, se presume que estos hombres se disfrazaron de payasos para asaltar un comercio en la colonia Roma; la mujer que sufrió de dicho asalto, lo reportó y los sujetos fueron capturados en la Colonia Roma de la Ciudad de México. 

5. Payasos ladrones en el transporte colectivo

Durante el 2010, los usuarios del transporte público del municipio de Cuautitlán Izcalli padecieron del incremento de la delincuencia, especialmente por un grupo de hombres disfrazados de payasos.
Según información de El Universal, el modus operandi de este grupo era el de simplemente subirse al transporte a dar un pequeño show cómico, con preguntas y respuestas entre ellos, en la que simulan sonidos de diversos animales, pero en la última pregunta, uno de ellos decía “A ver amiguito, ¿tú sabes cómo hacen los ratones?" Y acto seguido sacaban una pistola y asaltaban a los usuarios.

6. Los payasos heroicos

Finalmente, cerraremos con esta historia, para demostrar que no todo es malo.

A finales del 2011, dos policías en el estado de Nuevo León se disfrazaron de payasos para promover valores cívicos entre los jóvenes; y no solo eso, pues durante una de esas sesiones se vieron en la necesidad de detener a un par de ladrones que sorprendieron in fraganti.

Los agentes se hacían llamar Bombón Dulcecito y Trompetilla, pero en realidad eran Tomás Lumbreras y Alexandro Khao ¡Todos unos héroes!

[Con información de de10.com]


miércoles, 5 de octubre de 2016

EL PERRO LANUDO DE TOM EDISON (por Kurt Vonnegut )

Dos viejos se encontraban sentados una mañana en la banca de un parque, gozando del sol de Tampa, Florida: uno, tratando tenazmente de leer un libro que era obvio disfrutaba, mientras que el otro, un tal Harold K. Bullard, le contaba la historia de su vida en el tono redondo y lleno de un orador ante un equipo de sonido. Echado a sus pies se encontraba el perro de caza labrador de Bullard, que atormentaba aún más al oyente sobándole los tobillos con su gran nariz húmeda.

Bullard, quien antes de su retiro había conocido el éxito en numerosos campos, gozaba revisando su pasado. Pero se enfrentaba al problema que complica la vida de los caníbales, esto es, que no es posible utilizar a la misma víctima una y otra vez. Cualquiera que hubiese pasado un día con él y su perro se negaba a compartir su banca con ellos de nuevo. Así que Bullard y su perro iban a través del parque cada día a la búsqueda de caras nuevas. Habían tenido buena suerte esta mañana, ya que inmediatamente habían encontrado a este desconocido y era claro que se trataba de alguien acabado de llegar a la Florida, aún bien cubierto por un traje de grueso paño, con cuello almidonado y corbata y sin nada mejor que hacer que leer.

- Sí - dijo Bullard, redondeando la primera hora de su conferencia -, en mis tiempos hice y perdí cinco fortunas.
- Eso decía usted - replicó el desconocido, cuyo nombre Bullard se había olvidado de preguntar. Con cuidado, no, no, no - dijo al pe­rro, que se volvía cada vez más agresivo con sus tobillos.
-¿Ah? ¿Ya le conté eso, no? - dijo Bullard.
- Dos veces.
- Dos en bienes raíces, una en fierro viejo, una en petróleo y una en transportes camioneros.
- Eso decía usted.
-¿Ah, sí? Pues sí, me imagino que sí. Dos en bienes raíces, una en fierro viejo, una en petróleo, y una en transportes camioneros. Y no me arrepiento de eso un solo día.
- No, me imagino que no - dijo el desconocido -. Perdóneme, pero ¿no sería posible cambiar a su perro a otro sitio? Me está...
-¿El perro?, - dijo Bullard cordialmente -. Es el perro más amiga­ble de todo el mundo. No debe tenerle miedo.
- No le tengo miedo. Es que me está volviendo loco, olfateando mis tobillos.
- Plástico - dijo Bullard, con una risita.
- ¿Cómo?
- Plástico. Debe haber algo de plástico en sus ligas. Caray, le apuesto a que son esos botoncitos. Tan seguro como que estamos sen­tados aquí, esos botones deben ser de plástico. Ese perro se vuelve loco con el plástico. No sé por qué, pero lo huele y lo encuentra, aun­que sea una pizca. Debe ser una de ciencia en su alimentación, aun­que come mejor que yo. Una vez se comió toda una caja de plástico para tabaco, ¿usted cree? Ese es el negocio al que me dedicaría ahora, sí señor, si los matasanos no me hubieran dicho que debía darle un descansito al corazón.
- Podría amarrar al perro a ese árbol - dijo el desconocido.
- ¡Me revientan todos estos jóvenes de ahora! - dijo Bullard­-
Todos suspirando para que no haya fronteras. Jamás ha habido tan­tas Fronteras como ahora. ¿Sabe usted lo que diría hoy Horace Greely?
- Tiene la nariz húmeda - dijo el desconocido, y retiró los tobillos, pero el perro se encorvó en paciente persecución -. Ya, ¡quieto!
- Si tiene la nariz húmeda, quiere decir que está sano - dijo Bu­llard-. Dedícate al plástico, ¡muchacho! Eso diría Greeley. Dedíca­te al átomo ¡muchacho!
El perro había localizado definitivamente los botones de plástico en las ligas del desconocido y movía la cabeza de un lugar a otro cavi­lando en la manera de hincar sus dientes en esa golosina.
-¡Lárgate! - dijo el desconocido.
- ¡Dedícate a la electrónica, muchacho! - dijo Bullard -. No me diga que ya no hay oportunidades. Las oportunidades están tocando en cada puerta del país, tratando de entrar. Cuando yo era joven, te­nía uno que salir a buscar una oportunidad para luego llevarla de las orejas a casa. Ahora...
- Lo siento - dijo el desconocido simplemente. Cerró el libro, se puso de pie y jaló su tobillo lejos del perro.
- Tengo que irme. Buenos días, señor.
Con paso majestuoso atravesó el parque, encontró otra banca, se sentó dejando escapar un suspiro y comenzó su lectura. Su respira­ción había vuelto a la normalidad cuando sintió de nuevo la esponja húmeda de la nariz del perro sobre sus tobillos.
- ¡Oh, es usted! - dijo Bullard, sentándose a su lado -. El perro lo andaba cazando. Olió algo, y lo dejé que buscara. ¿Qué le dije del plástico? - satisfecho, miró a su alrededor. Hizo bien en buscar otro sitio. Hacía mucho calor allá. Nada de sombra y ninguna señal de brisa.
-¿Se irá el perro si le compro una caja de plástico? - dijo el desco­nocido.
- Esa es una buena broma, una buena broma - dijo Bullard en tono amistoso. Repentinamente, le dio una palmada en la rodilla -. Oiga, ¿qué usted se dedica al plástico? He estado hablando acerca del plástico y a la mejor es a lo que se dedica usted.

-¿A lo que me dedico? dijo el desconocido, vigorosamente, de­jando su libro -. Lo siento, nunca me he dedicado a nada. He anda­do de aquí para allá desde los nueve años, desde que Edison montó su laboratorio junto a mi casa y me mostró el analizador de inteligen­cia.

- ¿Edison? - dijo Bullard -, ¿ Thomas Edison, el inventor?

- Si quiere llamarlo así, hágalo - dijo el desconocido.
-¿Si yo quiero llamarlo así? -Bullard soltó una carcajada -. ¡Pues claro que sí! Es el padre de la bombilla y de no sé qué más co­sas.
- Si usted quiere pensar que él inventó la bombilla, hágalo. No le hace daño a nadie. El desconocido reanudó su lectura.
- Oiga, ¿de qué se trata? - dijo Bullard, desconfiado -. ¿Me está tomando el pelo? ¿Qué es eso de un analizador de inteligencias? Ja­más oí hablar de eso.
- Claro que no - dijo el desconocido -. El señor Edison y yo pro­metimos mantenerlo en secreto. Jamás le he dicho a nadie. El señor Edison rompió su promesa y se lo contó a Henry Ford, pero Ford le hizo prometer que jamás se lo contaría a nadie más, en bien de la hu­manidad.
Bullard se encontraba fascinado. - Uh, este analizador de inteli­gencia - dijo -, analizaba la inteligencia, ¿no es así?
- Era una mantequillera eléctrica - dijo el desconocido.
- Hablo en serio - le instó Bullard.
Quizá sería mejor comentarlo con alguien - dijo el desconocido - ­Es terrible tenerlo guardado después de tantos años. Pero ¿ como puedo estar seguro de que no pasará de aquí?
- Mi palabra de caballero - le aseguró Bullard.

- No creo poder encontrar una mejor garantía, ¿verdad? - dijo el desconocido, juiciosamente.
- No existe mejor garantía - dijo Bullard con orgullo -. ¡Le doy mi palabra, y si no que me parta un rayo!
- Muy bien. El desconocido se inclinó hacia atrás y cerró los ojos. Parecía como si viajara hacia el pasado a través del tiempo. Guardó silencio durante un minuto, mientras Bullard lo miraba con respeto.
- Sucedió en el otoño de mil ochocientos setenta y nueve - dijo el desconocido finalmente, en voz baja -. Allá en el pueblo de Menlo Park, New Jersey. Yo tenía nueve años. Un joven - todos creíamos que era un brujo- había montado un laboratorio junto a mi casa y ahí dentro veíamos destellos de luz y escuchábamos estallidos y su­cedían cosas que nos asustaban. Se advirtió a los niños del vecindario que no se acercaran, que no hicieran ningún ruido que molestara al brujo.
- Yo no conocí a Edison luego luego, pero su perro Sparky y yo lle­gamos a ser buenos amigos. Un perro muy parecido al suyo, así era Sparky, y jugueteábamos por todo el vecindario. Si, señor, su perro es igualito a Sparky.
- No me diga - dijo Bullard, halagado.
- Palabra - dijo el desconocido -. Bueno, pues un día Sparky y yo jugábamos y llegamos hasta la puerta del laboratorio de Edison. An­tes de que me diera cuenta, Sparky me había empujado a través de la puerta, y ¡cataplúm! , me encontré sentado sobre el piso del laborato­rio y frente a mí estaba el señor Edison en persona.
- Le apuesto a que estaba enojado - dijo Bullard, encantado. - Puede usted apostar a que estaba yo muerto de miedo - dijo el desconocido -. Creí encontrarme cara a cara con Satanás. Edison te­nía unos alambres enganchados a sus oídos que terminaban en una cajita negra que tenía en las piernas. Quise salir, pero me agarró del cuello y me obligó a sentarme.
- Muchacho - dijo Edison -, siempre está más oscuro antes del amanecer. Quiero que lo recuerdes.
- Sí, señor - dije yo.
- Durante más de un año, muchacho - me dijo Edison-, he trata­do de encontrar un filamento que dure en una lámpara incandescen­te. Cabello, hilo, astillas, nada funciona. Así que mientras pensaba en alguna otra cosa para experimentar, comencé a darle vueltas a otra idea mía, sólo para dejar que saliera el vapor. Y logré armar esto - me dijo, mostrándome la cajita negra -. Pensé que la inteligencia podría ser sólo un cierto tipo de electricidad, así que hice este anali­zador de inteligencia. ¡Y funciona! Eres el primero en enterarte, mu­chacho. Pero no sé por qué no habías de ser el primero. Será tu gene­ración la que crecerá en la nueva era gloriosa en que la gente será cla­sificada tan fácilmente como naranjas.
-¡No lo creo! - dijo Bullard.
-¡Que me parta un rayo en este momento! - dijo el desconoci­do -. Y es cierto que funcionaba. Edison había probado el analiza­dor con los hombres de su taller, sin decirles de lo que se trataba. Cuanto más inteligente era un hombre, más a la derecha giraba la aguja del indicador en la cajita negra. Dejé que lo probara conmigo, pero la aguja no giró, sólo temblaba. Pero por muy tonto que fuera entonces, es cuando hice mi única contribución al mundo. Como le dije, no he levantado un dedo desde entonces.
-¿Qué hizo usted? - preguntó Bullard con ansiedad.
- Dije: Señor Edison, probemos con el perro. ¡Y me hubiese gus­tado que viera usted lo loco que se puso el perro cuando lo dije! El viejo Sparky ladró y aulló y rascó para poder salirse. Cuando vió que iba en serio, que no iba a poder salir, corrió derechito hacia el anali­zador de inteligencia e hizo que se le cayera a Edison de las manos. Pero lo acorralamos, y Edison lo sujetó mientras yo le colocaba los alambres en las orejas. ¡Y no lo va a creer, pero la aguja giró hacia el otro extremo del cuadrante, mucho más allá de una marca hecha con lápiz rojo en la cara del cuadrante!
- El perro lo rompió - dijo Bullard.
- Señor Edison - dije -, ¿qué quiere decir esa marca roja?
- Muchacho - dijo Edison-, quiere decir que el instrumento se ha roto, porque esa marca roja soy yo.
- Claro que estaba roto - dijo Bullard.
El desconocido dijo gravemente: - Pero no estaba roto. No, señor. Edison examinó todo el aparato y estaba perfectamente en orden. Cuando Edison me dijo eso fue cuando Sparky - loco por salirse- se echó de cabeza.
-¿Cómo? - dijo Bullard, receloso.
- En realidad lo teníamos encerrado. Había tres cerraduras en la puerta: una alcayata, un cerrojo y una perilla con aldaba. El perro se paró, desenganchó la alcayata, jaló el cerrojo y ya tenía la perilla en­tre los dientes cuando Edison lo agarró.
- ¡No! - dijo Bullard.
- ¡Sí! - afirmó el desconocido, los ojos brillantes -. Y fue entonces que Edison me mostró lo grande que era como científico, Estaba dis­puesto a enfrentarse con la verdad, sin importarle lo desagradable que pudiera resultar.
-¡Conque esas tenemos! -le dijo Edison a Sparky -. Conque el mejor amigo del hombre, ¿no? Conque un animal tonto, ¿no? - Ese Sparky era algo serio. Hizo como que no escuchaba. Se rascó y se puso a morder sus pulgas y daba vueltas gruñendo a los agujeros de las ratas: cualquier cosa que le permitiera esquivar la mirada de Edison.
-¿Conque la buena vida, Sparky? dijo Edison -. Dejas que otro se preocupe por traer los alimentos, construir refugios y mantenerte ca­lientito mientras tú duermes frente a la chimenea o persigues a las chicas o jugueteas con los muchachos. Nada de hipotecas, nada de política, nada de guerra, nada de trabajo, nada de preocupaciones. Sólo tienes que mover la vieja cola o lamer una mano, y estás listo.
- Señor Edison - dije yo -, ¿quiere usted decir que los perros son más inteligentes que las personas?
-¿Más inteligentes? - dijo Edison -. ¡Estoy dispuesto a decirlo a todo el mundo! ¿Y qué es lo que he estado haciendo durante todo un año? ¡Trabajando como esclavo para hacer una bombilla que permita a los perros jugar por la noche!
- Mire, señor Edison - dijo Sparky- por qué no... - ¡Un momento! - rugió Bullard.
-¡Silencio! - gritó el desconocido, victorioso -. Mire, señor Edi­son - dijo Sparky -, ¿por qué no guarda silencio acerca de todo esto? Ha venido funcionando a satisfacción de todo el mundo durante cien­tos de miles de años. Deje echados a los perros que duermen. Usted se olvida de todo, destruye el analizador de inteligencia, y yo le digo qué usar como filamento para su lámpara.
-¡Son puras mentiras! - dijo Bullard, la cara amoratada.
- Le doy mi palabra solemne de caballero. Ese perro me premió por mi silencio con un dato confidencial de la bolsa de valores que me hizo acaudalado e independiente por el resto de mis días. Y las últi­mas palabras pronunciadas por Sparky fueron dirigidas a 'Thomas Edison.
- Pruebe un trozo de hilo de algodón carbonizado - dijo -. Más tarde, lo hizo pedazos una jauría de perros que se había reunido afuera de la puerta a escuchar.
El desconocido se quitó las ligas y se las dio al perro de Bullard. - Una pequeña muestra de mi estimación, señor, a nombre de un an­tepasado que murió de tanto hablar. Buenos días - se metió el libro bajo el brazo y se alejó caminando.